El bizcocho exclusivo de estas fechas tiene un sinfín de variaciones regionales.
Uno de los elementos más importantes en el altar de muertos es el conocido Pan de muerto, el cual estaría presente en las ofrendas desde tiempos prehispánicos.
Según información de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Publos Indígenas (CDI), en la época prehispánica se realizaba una ofrenda a las Cihuapipiltin, espíritus de mujeres que morían en el primer parto y se creía rondaban por el aire causando enfermedades entre los niños.
Ofrendas
Para evitar sus males les hacían regalos en el templo o en las encrucijadas del camino. Las ofrendas consistían en “panes” con figuras como mariposas o rayos hechos a base de amaranto y “pan ázimo”, pan de maíz seco y tostado.
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También les ofrecían tamales (xucuientlamatzoalli) y maíz tostado llamado Izquitil. Bernardino de Sahagún lo describe así por no llevar cal, a este pan se le llamaba yotlaxcalli.
El pan de muerto forma parte trascendental de las ofrendas dedicadas a los Fieles Difuntos. Aunque hay variedades regionales del bizcocho, el más conocido es el que en el centro tiene una esfera que representa a un cráneo y cuatro canillas que representan huesos, según la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).
El pan tiene como ingredientes principales la harina de trigo, azúcar, huevos y llega a tener ajonjolí o está cubierto de azúcar.
Entre las variedades regionales están las “despeinadas” de Mixquic, las “regañadas” de Oaxaca y los “golletes” de Puebla. Oaxaca, Michoacán e Hidalgo son los estados que tienen una mayor diversidad del panecillo en cada municipio.
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