Estas tradiciones son las que nos hacen únicos.
Nos encanta arriesgar nuestra vida en la piñata y nos protegemos con pulseras rojas del “mal de ojo”.
Ponerle ropita al Niño Dios y sacarlo a pasear.
En el “levantamiento” del Niño Dios, el 2 de febrero, mucha gente lo viste con ropones elegantes para llevarlo a bendecir. Pero, ojo, hay quienes prefieren vestirlo de futbolista, de doctor, de cholo, policía, bombero, etc.
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Pegarle a la piñata, con los ojos cubiertos, mientras otros niños ponen su vida en riesgo.
En serio, ¿cómo le explicamos a un extranjero que esto es divertidísimo a pesar de que es sumamente peligroso y de que, la neta, a veces sí hay heridos de palazos? Imposible
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Embarrar la cara de alguien en su propio pastel.
Una de las tradiciones más raras que no podemos explicar por qué seguimos reproduciendo. La pobre persona que cumple años es incitada a darle una “mordida” a su pastel, a pesar de que sabe que sus amigos lo van a traicionar hundiéndole la cara en el pan.
Luego, todo es risas, diversión, fotos y repartir el pastel con las babas del cumpleañero.
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Dejarle comida a los muertos para que vengan de noche a comérsela.
Es imposible contarle esto a un extranjero sin que nos vea con cara de miedo. Es verdad: los mexicanos reunimos las cosas que le gustaban de comer a nuestros muertos y se las ponemos en una ofrenda para que la disfruten. Obvio sabemos que la comida no desaparece porque sólo se comen “su esencia”.
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Escribir obras literarias que se tratan de hablar de nuestros amigos como si estuvieran muertos.
Las “calaveritas” son como unos poemas en los que dices “estaba mi amigo tal, vino la muerte, le dio un zape y se lo llevó”. No significa que queremos que nuestro amigo muera, de hecho, es una muestra de afecto. ¡Es tan complejo!
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Llevar a tu San Judas a pasear los días 28 de cada mes.
En la Iglesia de San Hipólito de la CDMX, la gente va con sus estatuas de graaan tamaño, o incluso van caracterizados como el santo, a una fiesta religiosa que siempre se convierte en perreo extremo.
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Meter un muñeco dentro de un pan y que, si te toca, tengas que dar tamales a cambio.
Aunque no es una tradición creada en México está muy arraigada y, tenemos que aceptarlo, es rarísima. Todos mueren por un pedazo de esta deliciosa rosca, pero al mismo tiempo temen que les salga el muñequito. De hecho, cuenta la leyenda, que hay gente que es capaz de comérselo con tal de no comprar tamales.
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